Comunicar, hermosa tarea encomendada al hombre. Desde el mismo momento de la creación, Dios le pide inventar sonidos tan originales que le permitan distinguir a cada criatura por su nombre. Así comienza el hombre la aventura de la comunicación sobre la tierra, nombrando, distinguiendo, caracterizando, relacionándose con su entorno mediante el acto comunicador.
Los primeros capítulos del Génesis están llenos de intercambio entre el Dios que crea y su criatura, el hombre. Es, podríamos decir, la primera misión que Dios le encomienda, ser su interlocutor en medio de la creación.
Luego, el hombre irrumpe con su primer himno de alabanza cuando se descubre acompañado en el concierto de lo creado, cuando reconoce su alteridad en la presencia de la mujer: “esta si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne”(Gn 2,23). La alteridad según el Génesis no es diálogo de soledades sino un nosotros que se hace comunidad mediante palabras, gestos, miradas, sentimientos, signos, etc. así nace la semiología que nos hace hermanos.
Comunicador sempiterno, ¡qué hemos hecho de la comunicación! Es uno de tus regalos y el signo que más nos identifica como seres racionales creados a tu imagen y semejanza.
Encargaste al hombre la tarea de ser co-creador contigo y hoy, mediante la inteligencia que nos diste, hemos inventado tantos instrumentos para comunicar; pero a través de ellos pasa un mensaje herido en su esencia por los intereses egoístas del materialismo, del individualismo descarnado que nos inocula el capital. Una comunicación contaminada por la mentira o una verdad a medias que se disuelve por su inconsistencia.
Una comunicación que lo envuelve todo pero que no libera, y por no ser liberadora, hace al hombre cada vez más esclavo y mediocre en su modo de relacionarse con sus hermanos y hermanas. Comunicar es poner en común lo que se tiene, lo que está dentro de cada uno; es mediante la comunicación como exteriorizamos el pozo de misterio y de infinito que llevamos en las profundidades de la vida.
Pero hoy esta comunicación viene ya tantas veces desvirtuada e insípida desde sus orígenes, como un manantial de montaña que pasa por un campo contaminado. La mentira, que sería en este caso el principal agente de contaminación, degrada el mensaje y en vez de crear comunidad, degenera en conflictos, prepara y alimenta guerras, siembra violencia. La esclavitud al consumismo, el individualismo reinante y la división entre los pueblos son símbolos inequívocos de una comunicación mentirosa.
Jesús nos dio la clave de la verdadera comunicación, LA VERDAD, porque solamente “la verdad nos hará libres” (Jn. 8,32).
Numa Molina S.J